A veces, cosas buenas salen de
equivocaciones. O simples confusiones. En un mundo donde se hace apología de la
perfección, es realmente relajante encontrar que algo que se inició en una
falla, haya terminado generando algo bueno. Porque creo que la vida es más
cercana a esto que a la estúpida idea absolutista de que sólo lo que
inicialmente se generó en un estado idílico, puede llegar a buen fin.
Hay varias fuentes de
influencia en este relato, pero todas ellas no podrían haberse entrelazado si
no hubiera ocurrido el error inicial que fue el disparador de la idea. Este
cuento empieza a tomar forma en base a un título. A su título. Pero el mismo se
origina en una defectuosa interpretación del inglés. Escuchando el tema “It´s
no good” (No está bien) de Depeche
Mode, al no haberlo visto escrito, creí entender que originalmente el tema
decía “It´s no god” (No hay Dios).
Y ese título, esa línea, errada en su
traducción desde el comienzo, me rebotó en la cabeza durante años, como suele
pasar con muchas frases, o letras de canciones, o líneas de películas. Se va
moldeando, va surcando el éter del cerebro, se mezcla con otras ideas, se
engancha con otras motivaciones en el paso del tiempo, como un camalote
flotando a la deriva en un río que va enganchando más y más vegetación a su
paso, hasta que termina siendo una especie de inmensa isla flotante.
Me gustaba la idea de que alguien cantara
que no había Dios… porque seamos sinceros, todos hemos pensado alguna vez que
no lo hay, o al menos hemos dudado… eso me encantó, la duda, la falta de
certeza, el completo desconocimiento de si existe o no… aún cuando queremos que
exista y nos consideramos testimonio vivo de su existencia. La duda, pero el
deseo de confiar en una fuerza superior, esa a la que nos entregamos en
momentos de sosobra, esa a la que nos encomendamos cuando todo está perdido,
esa que nos moldea y nos define, sin siquiera darnos indicios sobre su mísera
existencia.
¿Cómo podemos poner nuestra fe en algo que
no sabemos que existe? No lo sé, pero lo hacemos. Yo lo hago. Y también me
revelo contra él, peleo como un hijo contra su padre, como una mascota contra
su amo, como las hojas contra el viento. Pero sé que hay algo que está a
nuestro alrededor y nos influye.
La lucha, la negación, el terrible
desencanto de sentirse ignorado, abandonado en este maldito valle de lágrimas
en el que puede convertirse la vida, esa congoja, ese estupor, ese odio y ese
miedo, me llevó a querer poner todo en un papel. Y esa erudición que no sirve ni para afirmar
que sí existe, ni para comprobar que no lo, lo condimentó y le dio un ribete
aún más profundo, una nueva capa que despojar.
Pero ¿quién tenía la suficiente personalidad
como para cuestionar a Dios? ¿Quién podía haber recorrido tantos lugares en su
búsqueda? ¿Quién podría haberse sentido más defraudado, más huérfano, más solo
y abandonado? La respuesta a todo eso, fue justamente a quien se le otorga el
antagonismo. El diablo. ¿Quién más?
Hay también una fuerte influencia del
existencialismo de los vampiros de Anne Rice, esa lucha contra su carácter de
malditos, esa búsqueda de redención por ser simplemente lo que son, ese
recorrer el mundo y sus maravillas sólo en la búsqueda de respuestas para
quedarse con que si las hay, sólo pueden estar en su propio interior.
Y el remate del final, la pregunta que se
hace a sí mismo, me vino de un viejo libro cuyo autor no recuerdo, que creo que
se llamaba “Lucifer lloró”. Esa fragilidad en ese ser… simplemente me impactó.
Y debía escribir algo al respecto…
Ese descubrimiento del personaje que se
cuestionaba todo en primera persona fue lo que terminó de encajar las piezas.
Lo que me dio la pauta para mostrar la fragilidad en quien menos uno se la
espera. Y obviamente, sin descubrirlo hasta el final, porque en todo el relato,
por una cosa u otra, nos sentimos identificados con sus palabras. Y no somos
sus acólitos. Sólo somos seres tan huérfanos de respuestas como él.
Sin embargo, aquí estamos, aún buscando
pistas y tratando de encontrar explicaciones, fuentes de inspiración, consuelo
a nuestro sacrificio diario, y calma a nuestro temor de que se confirme lo que
sospechamos. Que, tal vez, simplemente no haya nada allí. Pero no quiero terminar
así, prefiero creer que si el diablo existe, también Dios. Y eso no sería poco
consuelo en esta vida humana plagada de desesperanza.
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