Este es un cuento que, originalmente, no
nació como cuento. Surge de la necesidad de expresarme, de “sacar algo para
afuera”, de llevar a otro soporte una sensación que tenía dentro de mí, y que
no me quería guardar. Desde entonces, desde esta oportunidad en la que quería
volcar al papel algo que tenía en mi mente, en mis adentros, han pasado muchas
otras oportunidades, he mejorado las técnicas, la percepción, creado una
especie de estructura que se rompe y rearma de acuerdo a los intereses de mi
momento particular y de la historia que quiero relatar. Pero en el caso de “El
viejo tirado”, nada fue así.
Es, básicamente, un relato real. Estaba
cursando mis últimas materias en la universidad, y de a poco iba creciendo y
acumulándose en mí la capacidad de contar, de relatar, de narrar, más allá de
lo que debía hacer exclusivamente como trabajos prácticos, entregas o lo que
fuera. Estaba empezando a darme cuenta que lo que realmente era lo mío, era el
arte más bien creativo, como son las letras, y no tan descriptivo, como es el
periodismo. Este cuento es una especie de paso intermedio, un portal entre
ambas formas que mutan, cambian sus límites y conviven en mí, todo el tiempo.
Y sí, era un día de lluvia. Y sí, el
escritor soy yo, obviamente. Y sí, doña Lucrecia no es otra que mi madre (Ana
Lucrecia). Creo que el detalle de usar su segundo nombre fue porque aún no me
sentía firme, no me consideraba capaz de largarme realmente a escribir y
hacerme cargo de que un personaje de un relato propio era alguien real. Además
de cierta vergüenza, que se fue cuando le mostré el cuento a mi madre, a los
pocos días (y por suerte le gustó, y aún recuerda con cierta tierna tristeza el
evento).
No hay mucho que agregar a cómo se fue dando
el relato, porque fue básicamente como se cuenta en el texto. La lluvia, la
comodidad, cierto ocio relajado, mi madre que sale a sacar la basura, el pobre
hombre tirado en el medio de la calle, yo saliendo a verlo, un puñado de
vecinos, nadie sabía nada de él, todos sentimos pena por él. Creo que el único
agregado es lo de “qué día de mierda”, que en parte lo fui incorporando al
texto así como está en el mismo reciñen tiempo después, en algún retoque que le
hice al relato para darle definitiva forma de cuento.
Es que luego de la situación, regresé a casa
y me volqué a escribir. Creo, si mal no recuerdo, que por aquel entonces ya
estaba con el tema de las aguafuertes de Arlt, e inicialmente pensé el relato
como una. Pero nunca lo fue. Es que yo no sabía escribir cuentos, o más bien,
no me hacía cargo del hecho de decir “ok, escribo cuentos”. Pero luego de que
escribiera el que realmente fuera mi primer cuento escrito, pensado y aceptado
como tal (La muerte enamorada), me animé a otros y en el camino retomé este y
lo puse en el lugar que se merecía. En parte por eso, en parte por ese viejo
anónimo, que tanta tristeza nos dio a mí, a mi madre, y a ese puñado de vecinos
que ya ni recuerdo quiénes eran.
También fue una posibilidad de hablar sobre
lo relativo que es todo en el mundo, una idea que quizás incorporé con más
fuerza en el texto en alguna relectura posterior. Lo que en determinado
contexto nos parece agradable, en otro nos parece trágico, en otro irrelevante.
Somos seres humanos, el universo existe como tal sólo dentro de nosotros mismos
y le damos forma según cómo lo veamos, lo incorporemos, lo sintamos. Esa lluvia
mítica del principio (desde la comodidad), se transforma en una molestia
constante (desde la cruda realidad) y termina como una reflexión de que no
somos casi nada frente a la enormidad de las cosas que son constantes (desde lo
poético-metafísico, si se quiere). Todos esos estadios, son realmente uno. Ahí
apunta también el cuento.
No es, a los fines prácticos, uno de mis
relatos más shockeantes, o con esos finales demoledores. Sin embargo, su fuerza
radica en otro lado. Para mí, siempre va a ser especial porque fue el primero…
no, fue algo anterior al primero, fue un cuento portal, entre los escritos que “debía”
hacer para la universidad, y los escritos que “quería” hacer para relatar las
cosas que deseaba expresar.
Por suerte, un buen tiempo después y gracias
a otro cuento (El guardián), logré la posibilidad de publicarlo sin que tuviera
que “luchar” en un certamen literario por obtener su propio lugar (el proverbio
del inicio fue un agregado exclusivo para su edición en papel, una especie de “moño
de presentación”). Quizás lo hubiera logrado, pero siempre sentí que le faltaba
cierta fuerza en sí mismo, a lo mejor por su origen mestizo, a lo mejor por mis
incapacidades iniciales al momento de crearlo. Como sea, debía ser publicado, y
lo fue. Estoy en paz.
Nunca supimos nada de ese pobre hombre,
inclusive nos volvimos a mi casa y se quedaron otros vecinos, más samaritanos (o
morbosos) que nosotros, hasta que se llevó el cuerpo la Policía (justamente esa
repetición en el texto “El cuerpo…” dio lugar en mi mente al cuento del mismo
nombre, que surgiera poco tiempo después). Sólo me quedó su imagen, el shock de
ver un cadáver casi en la puerta de mi casa, y la lluvia chorreando por su barba…
pobre hombre, espero, de alguna manera, a través del tiempo y del espacio,
haber hecho alguna especie de acto de justicia con este cuento, y haberlo
sacado del desconsolador anonimato en el que lo conocimos esa tarde… al menos de
una manera literaria. A veces, es todo lo que puedo hacer. Y lo hago.-