Este relato surge como parte de un proyecto
de libro que dejé en suspenso durante mucho tiempo, y finalmente di de baja
(aunque en la escritura nunca se sabe); una especie de callejón sin salida.
Pero es mejor ir más atrás en sus orígenes, hasta el germen que realmente lo
creó.
En una de mis últimas materias de
Universidad, Periodismo y Literatura (cuya cursada se llevó buena parte de lo
que me quedaba de cordura, pero dejó semillas importantes para lo que sería mi
labor literaria a futuro), tuvimos que leer el libro “Cabecita Negra” de Germán
Rozenmacher. Un texto muy breve, pero significativo; cargado de nociones sobre
la discriminación, la lucha de clases, el choque de estratos sociales, y en
buena medida el egoísmo y el aislamiento.
Fue uno de los tantos libros que tuve que
leer para esa materia, pero me quedó marcada la noción de lo que proponía, y a
la vez cierta necesidad de contar algo que sentí prácticamente toda mi vida, sobre
todo en el lugar en el que crecí: la incomodidad social de pertenecer a la
clase media. Esa especie de masa voluble y tan castigada en este país, que
siempre está anhelando subir, pero se encuentra con el desprecio de la clase
alta, y siempre está culpando de sus males a los de abajo, pero se encuentra
con que la clase baja los excluye en un tipo de discriminación bilateral que me
parece tan ridícula como curiosa.
Pasó el tiempo. Me largué a escribir. Surgió
“Castillos de Arena” (en este momento aún inédito) y sentí que tenía mucho que
ver con esta idea. Fue entonces que se me ocurrió escribir más sobre este tema,
y creé “La Vuelta” (también inédito mientras escribo este texto).
Durante bastantes meses (o años) quedaron
solitarios a la espera de que otros relatos de ese tipo fueran nutriendo la
idea de ese libro, uno sobre la incómoda sensación de no pertenecer a ningún
lado, de ser una especie de desclasado, de ni subir ni bajar, de ser
discriminado, aparatado, alienado por ambos mundos, y comprender con tristeza
que el “mundo medio”, el de la famosa frase “gente como uno” (¿) estaba siendo
desmembrado y casi extinto.
Hubo ideas. Pero también hubo una necesidad
de contrapeso. De que ese mismo relato mostrara esas diferencias pero que no
las reprodujera y contribuyera a acrecentar algo que de por sí ya me parece una
brecha casi insalvable, pero que existe y no se puede negar. Busqué, pensé,
razoné, y no me sentí del todo cómodo en el lugar de juez salomónico. Quizás mi
subjetividad fue demasiado fuerte, y atentó contra el ideal inalcanzable de
objetividad que como periodista, se supone uno debe buscar.
Y la idea de libro prácticamente se cayó. Obviamente
hay historias, fragmentos, títulos, retazos e ideas que quedaron en mi mente y
que quizás en algún momento vean la luz (como textos individuales, como
resurgimiento de esa idea de libro, o como mutación de la misma, vaya Dios a
saber). Y entre esos estaba “El Duelo”.
El título también tiene que ver (sólo en su
denominación) con el tema de la banda chilena “La Ley”, del mismo nombre. Pero
dentro no hay mucho de él, salvo, bueno… cierta historia de amor, si uno la
quiere llamar así.
En la misma medida, quería pararme un poco
más en los extremos. Clase media alta, terrateniente, clase media baja, peona
de campo. Y en el paso del tiempo, y las mutaciones que las relaciones humanas
van sufriendo (nunca mejor expresado). Curiosamente, al final el texto quedó
como una especie de reivindicación de la lucha de clases (de hecho, se premióy publicó
en una antología con ese fin, pero fue meramente azaroso), del esfuerzo de la
clase obrera, de los derechos ganados, de la tozudez de cierta pseudo-oligarquía…
Nada de eso, o un poco de todo eso…
Creo que lo que realmente lo motivó fue la
cuestión de la pertenencia y de que el amor, y otros tantos fuertes
sentimientos, muchas veces logran romper esas barreras (desgraciadamente, no
siempre). Hay una especie de tácita historia de “Romeo y Julieta”, pero
justamente es tan implícita, que quizás haya lectores que pasen de largo sobre
la misma y ni siquiera la noten, y aún así le encuentren sentido al relato.
Yo creo que es vital para comprenderlo como
realmente yo quise expresarlo, aunque me encanta ver cómo cada lector elige su
propio rumbo. ¡Es fascinante!
Hay influencias de Horacio Quiroga también
en el relato. Su manera de mostrar estas mimas diferencias, esa lucha casi
natural, esa resignación casi insuperable. Hay una elección, que no fue fácil de
tomar ni de realizar, de que el lenguaje tuviera “resabios de campo”, por
ponerle algún rótulo fácilmente criticable, y que hubiera reminiscencias de un
pasado glorioso para algunos, esclavizante para otros, frente a un presente más
igualitario.
Y acá soy tajante: NO TIENEN NADA QUE VER
CON CUESTIONES POLÍTICAS. Sólo tiene que ver con la evolución propia del ser
humano, el otorgamiento de derechos, el cambio de mentalidades, y lo obsoleto
de las viejas estructuras de poder, que queda demostrado a modo de
parábola-metáfora en el final del cuento.
Creo que el Hombre (argentino o de la
nacionalidad que sea) tiende a priorizar cuestiones tan superfluas como la
clase, el dinero, la tradición, la supremacía racial, o tantas otras idioteces
que él mismo creó, por encima de lo más maravilloso del mundo: la fraternidad,
la unión, la comunidad, la libertad, y sobre todo el amor. No hay sentimiento
más igualitario que ese… Bueno es nunca subestimarlo.
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