A veces hay muchas fuentes para explicar cómo
surge un relato. A veces sólo hay una. En este caso esa una tiene nombre: Sabrina Laura Etchart.
Sabrina y yo fuimos pareja en mis últimos
años de Universidad, entre 2002 y 2004, y fue sin dudas una de las relaciones
más importantes de mi vida. Contrario a lo que quizás la mayoría de las
personas cree o aplica a su vida, no busco satanizarla, ni enterrarla bajo
toneladas de odio, o resentimiento, de despecho y malos pensamientos. Tampoco
busco seguir manteniendo viva ninguna esperanza, ningún anhelo de retorno, o
fantasía de viaje en el tiempo para corregir errores del pasado. En mi caso hay
una tercera opción, mucha más simple: el agradecimiento.
Fue duro dejarla ir de mi vida. Muy duro. Es
una de las personas más maravillosas que conocí y nunca voy a renegar de eso.
Este relato surge en el tiempo
inmediatamente posterior a nuestra separación, y la tiene como musa,
dedicatoria, motivación, espíritu creador, inicio y finalidad. Curiosamente
quizás nunca llegue a leerlo, pero ha leído muchas cosas mías e incluso ha sido
testigo privilegiada de mis primeros pasos en la escritura: estábamos juntos
cuando comencé a escribir “El viejo tirado”, “Pasajero en trance y otras yerbas”
y “La muerte enamorada” (que también fue inspirado por ella).
Este relato tiene mucho de real, mucho de
delirio febril, de dolorosa e inabarcable pérdida. Sé que suena a cliché que un
escritor hable de “musas” y de “corazones rotos”, pero no me importa. Las cosas
son como son, o al menos como las interpretamos en este preciso, único e
irrepetible momento.
Fue difícil incorporar ese concepto después
de ella: entender que aún las cosas y los seres más maravillosos son
absolutamente irrepetibles, que los viajes en el tiempo no existen, y que las
personas cambian y ya nunca vuelven a ser las mismas.
Pero hace un tiempo también comprendí que
ella y tantas otras personas importantes en mi vida (amigos, familiares, etc.)
siguen de alguna manera viviendo dentro de mí, porque forman parte de la
persona que soy, e influyen en todo lo que hago. No se me ocurre mayor concepto
abarcativo que éste de “Fuerza Viva” (si, muy Star Wars, lo sé).
Este cuento se inicia como tantos otros,
arriba de un colectivo, y lo curioso es que realmente sucede en un colectivo.
Precisamente no recuerdo cuánto de real
hay, cuánta exactitud de veracidad y cuánto de sueño/pesadilla/delirio
de enamorado con el alma hecha un montón de papel picado tirado en el piso (qué
dramático!). Pero sí recuerdo que olí un perfume muy similar (nunca igual, ya
que no hay dos personas en el mundo que huelan igual), y hubo un despierte y
una decepción, una vuelta a la cruda realidad y una búsqueda de retorno a ese
mundo de fantasía.
A veces los sueños pueden ser una fabulosa y
terrible droga, porque están motivados por nuestros recuerdos conscientes, pero
también por los ocultos, los que uno no reconoce y los que uno incluso busca
ocultar de sí mismo.
Y amén de todo eso, tienen vida propia,
Es aterrador soñar. A veces da más miedo
soñar con las cosas que uno más amó y perdió que con el peor de los monstruos
de Hollywood.
De verdad.
Pero Sabrina nunca fue ni va a ser un
monstruo; y si bien durante un buen tiempo me maldije a mi mismo cada vez que
despertaba de una de sus oníricas visitas, aprendí a valorarlas y atesorarlas
como esa fuerza viva que dejó en mí. ¡Y gracias a Dios, no fue la única!
Es complejo despertar de un sueño
maravilloso y chocar con una realidad cruda, sólida, casi estéril a veces… pero
al menos quiere decir que todavía estamos vivos. Me pregunto si la muerte será
en verdad un sueño eterno en el que se mezclan todas las vivencias importantes
de nuestra vida proyectándose hasta el infinito. Si es así, estoy seguro de que
ella va a aparecer.
Hace poco también incorporé la noción de que
en verdad se puede romper el tiempo y el espacio (gracias a Mr. Stephen Hawking,
y gracias al filme “The Theory of Everything”). Creo que uno puede amar sin
importar el momento de la vida y el lugar en el que la misma lo ponga. Puede ir
adelante y atrás, arriba y abajo, de un lado a otro de uno mismo y encontrarse
con seres, lugares y vivencias que hace tiempo ocurrieron y eso influirá en los
seres, lugares y vivencias actuales y futuras.
¿No es, entonces, una manera de romper tiempo
y espacio?
Se dice también que el olfato es el mayor
disparador de recuerdos en el ser humano, que permite rememorar cosas,
sensaciones, sentimientos, alejadísimos en el pasado de uno. Y yo creo que es
así, me ha sucedido muchas veces y uno es completamente esclavo de la
experiencia, no puede renegar de ella, por lo tanto, se debe dejar llevar adónde
sea.
Es intrigante, y divertido en cierto punto.
Pero sobre todo, tranquilizador. Porque creo que se acopla con la idea de que “nada
se pierde, todo se transforma”, soy un ferviente creyente de ella, por encima
de cualquier religión.
El fragmento del tema del maestro Gustavo
Cerati surgió a modo de homenaje un par de meses después de su partida física
de este plano. En verdad ese tema dice cosas maravillosas sobre la finalidad de
amar, sentirse más vivo, ¡qué simpleza! Y también una manera de sentirlo vivo
al gran maestro, siempre a través de su maravillosa música.
También tuvo cierta influencia del filme “Vanilla
Sky” y sus cielos de Monet (al día de hoy, uno de mis pintores favoritos).
También por nuestros brevísimos 4 días en Santa Teresita, con ella, que fueron
lo más cercano a la perfección que se me ocurría en ese momento.
Todo el texto está lleno de pequeños guiños
de nosotros, de lo que era uno, y lo que era el otro, y lo que éramos juntos, y
son preciadas joyas muy nuestras como para explicarlas una por una, sepa el
lector respetar la privacidad del autor.
Cuando escribí este cuento salió
apresuradamente y en mala coordinación, un sábado en casa de mis padres (donde
yo vivía en ese entonces) mientras habían llegado visitas… un desastre. Y
durante mucho tiempo estuvo ahí medio tirado, como una muñeca de trapo fallida,
mal ensamblada y poco meritoria para ser expuesta. Lo retoqué y retoqué muchas
veces, hasta que simplemente entendí que había que dejarlo con su propia
esencia, era lo que era y expresaba lo que expresaba, por más que fuera simple
o cursi o estereotipado.
Pero era lo que era: un sueño hermoso,
idílico, idealizado (casi toda mi relación con Sabrina estuvo marcada por la
idealización, para bien y para mal), un despertar brusco, un choque con la
realidad, unas lágrimas bien amargas, y una búsqueda de volver el tiempo atrás.
No podemos.
El tiempo no vuelve atrás. No al menos de la
manera que nosotros podemos llegar a creer o desear. Pero hay trampas, hay “agujeros
de gusano” (otras vez Mr. Hawking) que nos permiten romper con los límites
físicos.
Los sueños.
Y los sueños, como dijera Calderón de la
Barca, sueños son.
ALEJANDRO LAMELA.-