Creo
que por primera vez noto lo deprimente que es este lugar. No es que la idea nunca
haya cruzado por la mente, o que jamás haya visualizado lo que sucedía a mi
alrededor, lo que padecían las personas que pasaban aquí cada pequeño instante
de vida que aún tenían. Creo que la cuestión es que, realmente, nunca me ha
importado. Al menos no hasta ahora…
Seguramente se deba a que es parte del
trabajo, una máxima de la profesión, algo que todo médico debe hacer: separarse
de sus pacientes, lograr una distancia emocional, no generar lazos
sentimentales, desarrollar un espíritu profesional ajeno a las vicisitudes de
la vida diaria.
La vida diaria… creo que eso es lo que
realmente nunca he notado aquí. La rutina del día a día de estas personas,
cuando es más lo que han vivido que lo que les queda por vivir, puede convertirse
realmente en un calvario, una existencia carente de propósito, un andar
inexorable hacia el destino por el que todos sienten curiosidad, pero casi
nadie quiere descubrir.
Soy un médico. Uno muy bueno. Respetado, de
renombre y trayectoria. Sé perfectamente que no debo ni puedo permitirme pensar
así. Tantos sermones les he dado a mis
residentes, decenas, cientos, a lo largo de mis años de ejercicio de la
medicina, que casi pareciera que era lo único que podían aprender de mí: el
desprendimiento, la supresión de la empatía, la distancia humana.
Pero al parecer, o nunca lo reflexioné
seriamente o he sido un verdadero hipócrita durante muchos años.
Esta gente aquí sufre.
Y no me refiero a los achaques de la edad,
los dolores, padecimientos, postraciones, pérdidas… Me refiero a que esta gente
sufre por estar aquí. Y sobre todo
creo, ahora que lo pienso detenidamente, sufre por saber que éste, a fin de
cuentas, es el único lugar en el que pueden estar. O al menos, seguir estando.
Parece increíble que yo, el respetadísimo
Dr. Guillermo Suarez Gavilán, luego de tantos años de tener a cargo este sitio,
de haber comenzado como un simple residente, y pasar por interminables jornadas
de tensiones, de guardias nocturnas, de trabajo duro, de batallas ganadas a la
muerte, y perdidas concedidas a la fatalidad, de pequeños logros y grandes ascensos,
de charlas, congresos, prácticas, rotaciones… nunca haya tomado dimensión de
qué significa para mis pacientes este lugar.
Hace muy poco tiempo empecé a ver todo con
otros ojos. A notar la real dimensión de lo que este sitio representa para
aquellos que viven aquí. A percibir su presencia casi etérea, su silencioso deambular
por los pasillos, su suave deslizar por estas estancias, apenas perceptibles,
como si ya estuvieran a mitad de camino entre este mundo y lo que sea que viene
después.
Tal vez, haberme convertido en Director de
esta institución a tan temprana edad hizo que las responsabilidades me guiaran,
que no me diera tiempo a mí mismo para conocer la oscuridad que aquí mora, las
sombras que persiguen a estas personas a toda hora, la desolación cuya compañía
no pueden rehusar, por más que lo quieran e intenten desesperadamente.
Ellos saben que van a estar aquí hasta el
último suspiro de sus vidas.
“Depósito
de personas”. Es terrible. Ahora que recapacito, es realmente aterrador: están
condenados a pasar el mayor período de ocio de sus vidas en el lugar en el que
menos quisieran tener tiempo libre para pensar. Es como una prisión, una
condena, un castigo de mito griego, contradictorio e irónico, cínico y mordaz,
repetitivo y eterno.
Aquí dentro a nadie le importa si han sido
buenas o malas personas, seres ejemplares o despreciables, grandes o pésimos
padres, mejores o peores hijos, geniales o mediocres, generosos o mezquinos, famosos
o ignotos. Todos están aquí compartiendo el mismo destino: una limpia, cuidada y
aséptica antesala a la nada…
Y caminan hacia ningún lugar (al menos
aquellos que aún pueden caminar), y leen sin ningún propósito (esos que todavía
mantienen su visión funcional), y charlan sin ningún interés (los que siquiera se
aferran al quimérico impulso de socializar), y pasan el tiempo con juegos sin
ninguna motivación (quienes tienen un lejano recuerdo de lo que representaba
ganar o perder).
¿Cómo nunca antes noté todo esto? ¿Cómo permití
una ceguera tan grande en mis sentidos de compasión y misericordia? ¿Cómo jamás
tuve la menor reacción para aliviarles esta pesada carga?
A todos nos llega el momento de entender.
Algunos creemos que sólo lo que está en los libros es merecedor de nuestro
estudio, nuestra comprensión y nuestra más devota entrega. No. Durante años
tuve ante mis ojos la muestra viva de que no puede estructurarse la existencia
humana como mero objeto de análisis, y limitar las dolencias al ámbito psicofísico,
sin agregar también el espiritual. Tratamos de cuidarlos, atenderlos y
mantenerlos vivos, pero ¿realmente los ayudamos?
Desearía haberlo notado antes, ser joven y
empezar todo desde cero, para dedicarles más atención a ellos, tener tiempo de
sobra para preocuparme mínimamente por lo que les queda de experiencia en este
mundo junto al resto de los mortales. Quisiera poder hacer algo por ellos,
quisiera cambiar las cosas, quisiera mejorar su mundo, quisiera...
- Bueno,
bueno… don Guillermo, veo que se quedó de más acá afuera en el patio. ¡Mire la
hora que es, ya está empezando a hacer frío, y usted sabe mejor que nadie que
se tiene que cuidar! No necesita que se lo expliquen… Y se quedó sólito, todos
los demás se fueron adentro, ya les están por servir la cena. ¿Qué anduvo
pensando que lo distrajo tanto?
- Yo… yo estaba… yo estaba pensando que… hace
mucho tiempo… yo era… yo… ¿Te conté que cuando era médico llegué a ser el
Director de este lugar?
ALEJANDRO
LAMELA.-