Siempre aquello que el
autor escribe está determinado por su pasado y su presente. Muchas veces uno
está transitando por una etapa de reflexión sobre ciertos temas, o de tristeza
sobre otros, de alegría, de introspección… o de aprendizaje. En mi caso, El
Monje tiene mucho que ver con una época de aprendizaje que se propaga mientras
escribo estas líneas, y tiene que ver con mis estudios de la cultura oriental.
Siempre me considere a mi mismo cercano a un
monje. Ya sea por esa mística de separarse del mundo, como por razones
puramente personales que no vienen al caso discutir aquí, me he sentido
identificado con esos seres que dejan de lado todo y se recluyen en la más
completa soledad, para purificar su alma y buscar la tan ansiada iluminación.
Aunque también hay un componente que no se
puede omitir: la penitencia. No a la manera del castigo culposo flagelante de
los cristianos, sino más bien la reclusión contemplativa de salirse de uno
mismo, de lo bueno y malo que haya hecho o pueda hacer, y analizarse desde
afuera, desligado de la carga de negatividad en la que uno vive en el día a
día.
El Monje surgió en un momento de aprendizaje
y también de rendición. Digo rendición pero no digo resignación (aunque ambos
términos que en mi juventud me sonaban a debilidad hoy en día me suenan a
pacífica armonía… las personas cambian).
He estado solo (al menos, sentimentalmente)
la mayor parte de mi vida. Suena feo, pero es verdad (aunque abrazo con alegría
los momentos en los que estuve acompañado). Y pareciera que la gente en general
no puede aceptar eso… como que uno no debería estar solo, no pudiera estar
solo, no tendría que permitirse estar solo… y en ese escape de la realidad
muchas veces terminan estando con personas que realmente no quieren estar, o
les hacen más mal que bien, o simplemente no les aportan nada.
Ante ello, en los tiempos en los que escribí
El Monje, mi respuesta era medio en broma medio en serio: “yo, shaolín, un día
me afeito la cabeza, me visto de naranja y me meto en un monasterio en la
montaña”.
Cuánto de verdad o de fantasía hay en esa
afirmación, sólo yo lo sé de momento, pero ha servido para que, básicamente, no
me molestaran más.
Algunos se rieron, otros simplemente no
entendieron nada, y otros pensaron que estaba loco (como casi siempre pasa
conmigo). Pero era como me sentía en verdad. Siempre el creer que ante la
imposibilidad de lograr, encontrar, obtener, recibir, lo que uno realmente
quiere, la respuesta no debe ser la tozudez o el enojo o la tristeza… la
respuesta debe ser la entrega.
Entregarse uno mismo a lo que suceda (y no
porque TIENE QUE SUCEDER, eso no existe, las cosas pasan de una manera o de
otra, pero nada está predestinado, al menos no en mi concepción del Universo),
entregarse al otros, a los otros, en búsqueda de hacer un bien a alguien,
puesto que si en algún momento se siente que la propia vida carece de sentido,
entonces al menos contribuyamos a darle mayor sentido a la de alguien más.
El cuento surgió con bastante naturalidad.
Un hombre, occidental, recluido, meditando, solo… más solo que nunca, pero en
paz. Una montaña, un monasterio, una vida pacífica. Pero el pasado que vuelve,
que golpea a las puertas de su equilibrio y las tira abajo. El pasado siempre
nos persigue, y lo va a seguir haciendo a menos que lo enfrentemos, no para
cambiarlo, sino para hacernos cargo de él, hacernos uno con él y vivir una vida
más plena, aún con los sufrimientos que nos haya causado.
La frase (en chino con traductor de
internet, espero que remotamente exprese el sentido de la misma), surgió de
algo que estaba leyendo y ya no recuerdo que era (mala memoria, una pena, pero
quizás fuera una de las novelas de Star Wars, es casi lo único que leo en estos
días), e ilustró perfectamente lo que estaba sintiendo el protagonista. La idea
de aprender, aún de lo malo, o sobre todo de lo malo, permite abrirse a todo.
Evita vivir con miedo, con culpa, con dolor. Cómo a medida que el personaje
ahonda en la meditación, sus sensaciones se vuelven más fuertes y claras, y aún
sabiendo que lo conducirán a una gran pena, sigue adelante.
El conocimiento, la sabiduría, la búsqueda
de lo real.
Hay un homenaje, claro e indisimulable, al
maestro Yoda en una de las frases. Es realmente así: el apego lleva al miedo a
la pérdida, éste lleva al enojo, éste lleva al odio, éste lleva al sufrimiento…
Cómo de algo bueno y noble se puede desembocar casi naturalmente en el peor de
los lugares. Es dura la condición humana, es cruel y salvaje, pero no como la
naturaleza. No, en ella hay equilibrio. El humano tiene al desequilibrio constantemente.
Por eso es un milagro o una aberración. Imposible saberlo.
No me es fácil meditar. Siempre ando cerca,
pero me cuesta hacerlo, en algún punto me niego… es como que me doliera llegar
a esos sitios, y aunque las veces que lo hice fue positivo, es una sensación
compleja de transitar.
La culpa. Debe ser algo de eso. El enojo.
Con uno mismo.
Hay que dejar ir todo, pero no negándolo.
Hay que hacerlo parte consciente de uno. Como el personaje que asume haber sido
el verdadero villano, cuando todo hacía pensar que él lo había matado en
venganza antes de ingresar al monasterio, en realidad, evito suicidarse. Un
final de los típicos míos. Un dolor de los típicos míos.
Hay que dejar ir todo… para ser Uno con el
Todo.
ALEJANDRO LAMELA.-
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