Al despertar esta mañana me di cuenta que
estaba muerto.
Lejos
de asustarme, sentí que no había mejor manera de empezar el día. Había muerto,
y si así había sido, es porque así tenía que serlo. No me pregunté el cómo, el
por qué, el cuándo. Lo supe de toda la vida y punto. Fue extraño, y a la vez
natural. Podía percibir mi alrededor como siempre, pero sin la pesadez del
contacto con mis funciones motoras, con mis órganos, con mis sentidos, con mi
cuerpo. Era algo así como estar suspendido en el espacio, como flotar en un
océano de aguas imaginarias, como volver al útero materno.
Estaba
muerto. Simplemente lo supe. Y no me molestó. Por el contrario fue un alivio
desligarme de las ataduras de la vida diaria, de los problemas nimios, de los
contratiempos inocuos, de las discusiones estériles. Ahora todo se trata de
luz, de calma y de paz. Iluminación pura. Toda una existencia apuntando hacia
ella sin siquiera arañar la superficie, y ahora que el fin de todo lo que es ha
llegado, siento que sólo es el principio de lo que buscaba. Apartarme de las
tinieblas, avanzar hacia lo imperturbable, rumbo al éter mismo de lo
incorpóreo, de la trascendencia y lo que no puede verse ni tocarse.
Mi
habitación ya no es real. Mi cama, mi ropa, mi espejo. El living, la cocina, el
baño. Mis muebles, mis libros, mis cuadros. Nada importa.
Mi
lazo con otros seres ya no es real. Mi familia, mis amigos, mis amores. Los vecinos, los compañeros, los profesores.
Mis mascotas, mis plantas, mis espíritus. Nada me retiene.
Los
lugares que fueron importantes ya no son reales. Mi colegio, mi universidad, mi
trabajo. La casa de mis padres, el cementerio de mis abuelos, el jardín de mi novia.
Mi club, mi biblioteca, mi cine. Nada me ata.
Todo
queda atrás. Todo está superado. Consumido por la vida misma que se fue,
dejando paso a este sentido de universalidad, este estado inanimado, esta
conexión con lo eterno.
Tan
sólo quiero volar, flotar, elevarme. Ver, descubrir, sentir qué es lo que hay
más allá. Qué me está esperando desde el inicio de los tiempos. Qué me guiará
hacia mi nueva forma. Ese otro mundo está allí fuera, esperando por mí,
aguardando a que definitivamente me despegue de todo lo que fui. Que salga por
esa ventana, me proyecte místicamente, y me desplace sobre el vacío que reina
allí abajo, buscando esa luz eterna que se asoma en el horizonte de todos
nosotros.
Me
asomo a esa ventana. Miro el cielo, el amanecer, las nubes. Los colores, los
sonidos, los aromas. Siento que eso que me llama es el paraíso. Me alzo. Hacía
allí me dirijo. Es hora. Deseo hacerlo. Ahí voy…
* * *
- Buenos días, Gutiérrez.
-
Buenos días, comisario.
-
¿Décimo piso?
- Sí,
comisario. Joven, veintisiete años, soltero. Sin rastros de violencia, ni
lucha. No forzaron la cerradura, no hay rastros de otras personas en el
departamento. El perito evalúa suicidio. Pero ya hablamos con la familia, la
novia y los vecinos. Todos lo descartaron. “Sonámbulo”, dijeron. Al parecer, de
toda la vida.
-
Pucha. ¡Qué manera de mierda de empezar el día!
ALEJANDRO
LAMELA.-