Soy un escritor. Soy un escritor directamente emparentado con el género
del terror. Soy un ser humano. Soy un ser humano que tiene miedo a algunas
cosas…
Siempre me dio un particular miedo la situación de estar en prisión. De
ser privado de la libertad, encerrado, apartado del mundo, sometido, dominado,
humillado, alienado.
Obviamente, en mi caso, siempre lo pensé como el de un inocente
condenado. Aunque no es el caso de este cuento. Pero me da miedo esa posibilidad.
Las películas sobre prisiones me ponen un poco ansioso, nervioso. Casi no he
leído libros o relatos sobre prisiones.
Creo que sé porque: es que para aquel que está preso, el mundo se
detiene, el tiempo es infinito, la nada se convierte en tu vida diaria, y no se
tiene nada con qué llenarla.
Yo no puedo vivir así. No puedo poner mi mente en piloto automático y
simplemente dejar que el tiempo pase. No funciona, tengo que tener una
utilidad, un motivo, un destino. En la cárcel sólo hay que dejar pasar el
tiempo. Me moriría en menos de lo que canta un gallo en un lugar así.
Eso me aterra.
Obviamente he visto películas que han influido en este relato. No tanto
por la trama, porque en verdad no tienen mucho que ver con el desenvolvimiento
de las acciones que relato aquí, pero sí con la atmósfera, la motivación del
protagonista, su mente y cómo va reaccionando ante los hechos innegables en los
que se ve envuelto.
Recuerdo que cuando lo escribí pensaba mucho en la película “The Green
Mile” (basada en una obra de alguien que de atmósferas sabe mucho, Stephen
King), y de la soledad del que está preso y sabe que además está condenado a
muerte. Esa creo que es la peor de todas las situaciones en las que alguien se
pueda encontrar. Es como una espera que no lleva a nada. Solo, ahí, aguardando
la muerte y sabiendo que se acerca a casa segundo que consumimos. En realidad,
si uno lo piensa cínicamente, todos estamos más cerca de la muerte a cada
segundo que consumimos. Pero digamos que los presos condenados a muerte lo
tienen aún más presente: no tienen distracciones que los aparten de ello (¡Por
Dios cómo me asusta la idea!). Pensé en la celda de John Coffee, pero
obviamente el personaje se parece más al verdadero asesino de las niñas que al
enorme y entrañable presidiario de la película.
También hubo cierta influencia, aunque más lejana, de la serie Prison
Break (cuya primera temporada vi de un saque en dos maratónicas sesiones de 11
capítulos un sábado, y otros 11 el domingo… sí, yo suelo hacer esas cosas). El
uso de la mente, las pausas, los silencios, el mundo que sigue girando dentro
de uno cuando el mundo de afuera está completamente inmóvil, y el de más afuera
(de los muros) ni siquiera se entera de que uno está allí… esperando.
Otra gran película (también basada en un libro de Stephen King) que
influyó fue "The Shawshank Redemption", sobre todo por la injusticia
del muchacho allí encerrado, y las peripecias que un hombre común e inocente
debía afrontar en ese lugar donde muy pocos son comunes, y mucho menos
inocentes.
Pero no es el caso del protagonista. Él no es inocente. Y si bien quería
que reflejara de refilón algo de eso que uno tiene de ponerse en el lugar del
condenado y sentir cierta compasión, quería que en el fondo él mismo supiera
que no la merecía, que todo lo que le estaba pasando era el fruto de sus
acciones. Pero también quería que cuando realmente supiera cuál era su “condena”,
ahí sí volviera el espanto, el terror y la negación del padecimiento
inimaginable, de aquello que no se puede concebir, del castigo que uno más
teme.
Algo así como la idea de castigo eterno y repetitivo de los griegos,
como la roca de Sísifo… la condena elevada a la enésima potencia…
¿Entienden ahora la relación entre este cuento y mi miedo a estar preso?
Creo que no hay un infierno único, sino infiernos personales, donde si
uno ha obrado mal, los peores temores que lleve en su corazón, se convierten en
realidad.
Que ninguno de nosotros vea esos temores convertidos en realidad.
Supliquemos por eso.
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