CURIOSIDADES: LA CONFESION



   Hay una y sólo una palabra alrededor de la cual gira toda la génesis, elaboración y resumen de este cuento: la culpa. De hecho, se repite muchas veces y da la pauta de qué es lo que angustia al personaje. Este cuento vino todo junto, como muchas veces dicen que les llega a los músicos la letra y la melodía. Aquí vino la idea, el título, el conflicto, la trama, los personajes y la conclusión. Y todo basado en un gran dolor personal que tenía que contar, quizás con puntos de contacto con otro cuento antologado, “El Predicador”. La culpa que siente el protagonista, no es otra que la mía. O la de todos. Seamos sinceros, ¿quién no tiene arrepentimientos? De verdad. Siempre odie a la gente que dice “no me arrepiento de nada”. ¡FARSANTES! Todos siempre nos arrepentimos de algo. Y los escritores por lo general, de muchas cosas. Dichas, o que quedaron por decir.
   Este cuento salió en la misma tarde que “La Luz”. Fue una ráfaga de dos horas de escritura desenfrenada y fue la única vez que escribí dos cuentos en el mismo día. Se ve que me quemaban los dedos. O me sofocaba la culpa…
   Siempre me resultó llamativo el acto de confesión. La particularidad de que uno podía sincerarse con Dios y obtener el perdón. Pero yo creo, lo creo fervientemente, que lo que uno busca es perdonarse a sí mismo (idea ridículamente extraída de una línea de tía May en Spiderman 3 (2007) pero que realmente me caló hondo), encontrar la manera de hacer las paces con nuestra propia conciencia, o al menos, mantener a raya a los demonios, hasta el próximo encuentro.
   Me gusta el aura gótica que tiene el relato. Los silencios son más importantes que las palabras. Lo que no se dice, o lo que luego sale desbocado, desenfrenado, atropellado. “Vomitar palabras”. El protagonista, que es la representación de cuanto bueno y noble hay en la tierra (quien al momento de confesar su real culpa se me asemejó al “Joker” cuando suelta una de esas risotadas cargadas de una maldad y locura indescifrables). El cura paternalista, sufrido, conciliador. Y los que no están. El malo: terrible, loco, incomprensible. Encerrado. Y la chica: pura, virginal, inspiradora.
   ¿Acaso alguien cree que yo escribiría algo así, tan obvio y perfecto, tan “cuento de hadas”? ¿Acaso alguien cree que el mundo es así?
   No, el mundo es cruel, contradictorio, incomprensible. Las apariencias engañan y los caballeros de blanca armadura suelen ser los villanos más perversos que uno puede encontrarse. Los hombres sabios pueden ser los más acongojados y acuciados por las dudas, los lamentos y las inseguridades. Los abominables malhechores pueden ser seres simples y torturados, desgraciados que nunca le han encontrado la vuelta a la vida. Y las princesas… ellas pueden ser todo lo que uno espera de ellas, como en los cuentos, y a la vez ser criaturas capaces de generar un sufrimiento y una miseria sin parangón alguno. Y Dios, él bien puede ser un cínico observador de un juego que lo entretiene y lo asquea a la vez; que lo enorgullece e indigna; que le genera la mayor de las atenciones o la más plena indiferencia.
   Todos tenemos alguna culpa. Todos fuimos villanos, consciente o inconscientemente, y todos hemos sido perjudicados. Es la naturaleza humana, cambiar de roles todo el tiempo. Eso nos hace criaturas especiales. Eso nos hace ser lo que somos. Torturadores torturados, repitiendo el ciclo por siempre, como un maldito dínamo lanzado a la carrera. Hiriéndonos entre nosotros hasta el fin de los tiempos.-