Crítica: Bajo los Abismos de la Locura

  Hice algo contra el miedo. Permanecí sentado y escribí.” Recordé estas palabras del reconocido escritor checo, Rainer María Rilke, al leer Bajo los abismos de la locura. Y me pregunto: ¿Escribir no se trata un poco de eso? La mayoría de nosotros lo escondemos, lo ocultamos, nos esforzamos por hacerlo invisible. Otros –solo unos pocos– lo enfrentan y lo hacen letra viva, convirtiendo al miedo y a la locura en pequeñas grandes historias que nos ayudan a transitarlos un poco mejor.
   Son ocho los cuentos que conforman esta obra. Ellos recorren, cada uno a su manera, el camino hacia lo extraño y desconocido, y acercan esos relatos que nos cubre de misterio y enigma. Detrás de cada historia, la presencia de la soledad.
   Sin duda, “El novio del olvido” se lleva todos mis aplausos. Paradójicamente, en este cuento –a diferencia de los otros– no está presente el temor a lo inesperado; no refleja un escenario cruento, ni el sabor de los submundos. Sin embargo, es la soledad que gobierna al personaje y su discurso tan sentido que llamaron mi atención, y por esto, lo destaco sobre el resto.
   Estas páginas nos enfrentan con la realidad y la demencia; pinta escenas de sumisión e intolerancia; sus pasajes albergan a seres vulnerables y perdidos bajo las vivencias de lo inhóspito y de lo inesperado… Seres bajo los abismos de la locura.
   “Hice algo contra el miedo. Permanecí sentado y escribí.” Esto mismo hizo el autor que hoy nos acerca esta obra. ¿Y el resto de nosotros, qué haremos?

Mónica Oliveira, Editora.-
 


 Desde muchos aspectos, los seres sociales necesitamos sentirnos cercanos, similares, aceptados por el "otro"; construir nuestra propia identidad en relación a la visión colectiva. Por ello es inevitable crear normas comunes que permitan la armonía y el bienestar cotidiano. Sin embargo, existen pequeños sentimientos y sensaciones innatas que el común de las personas reprime por simple temor.
   "Bajo los abismos de la locura" evidencia de un modo atrapante la profundidad de estas sensaciones que, si bien aparentan ser rarezas, son ignotos signos de la propia existencia humana.
   Sus breves relatos expresan de un modo dinámico y comprensible estos razgos ininteligibles, no siendo esto un impedimento para que todo tipo de lector pueda disfrutar del exquisito toque de filosofía y humor oculto en muchos personajes. Ellos, al igual que los niños, jóvenes y adultos que conforman la actual sociedad, los llevan durmiento bajo los pliegues insondables del propio inconciente, tal vez esperando a un loco soñador que le permita florecer y permanecer al menos por un instante. "El novio del olvido" es un claro ejemplo de ello, seguido por "La esposa". No cabe la menor duda de que es un libro hecho para valientes. Simplemente: recomendable!.-

Evelyn Torres, Trabajadora Social



Cuando leí el primer libro del autor, A LAS PUERTAS DEL ANOCHECER, fue con gusto. En este caso, al leer BAJO LOS ABISMOS DE LA LOCURA, fue con placer. Se dice que los libros se conocen por la tapa, y desde el diseño exquisito y sugerente de Diego Saucedo se puede hacer una anticipación del contenido. Los epígrafes que inician cada cuento, son una invitación a la reflexión, previa a la lectura. Locura, soledad, muerte, intolerancia, todos estos temas tratados con un lenguaje cuidado, bien trabajado, con una notable selección de las palabras para lograr el suspenso y el misterio necesarios para hacer avanzar la acción. Cada final sorprende al lector y lo deja pensando, reflexionando sobre los misterios del alma humana que propone a través de seres torturados, desquiciados o aparentemente normales...
Marta Prims, Profesora de Literatura
  

Curiosidades: Sombra y Polvo


   El caso de este cuento es paradigmático, ya que está plagado de particularidades. Es uno de los cuentos más antiguos que tengo;  fue el primero que he escrito utilizando una computadora que no fuera la mía (en este caso, la de mi trabajo, y lo que es aún más bochornosamente llamativo EN HORAS DE TRABAJO); y además, la versión publicada es más corta que como fuera originalmente escrito este relato. Todo esto junto, más las curiosidades puntuales de cada caso, la hacen una historia muy singular y peculiar.
   Inicialmente surge de un remolino de ideas, donde siempre hay algo que asoma por encima de lo demás. En este caso fue el titulo. El mismo es una línea de la película “Gladiator” (2000) en la que el personaje “Próximo” (el viejo gladiador retirado que lleva al protagonista a luchar en el Coliseo Romano) le dice a modo de reproche, ruda inspiración y amarga nostalgia a la vez, que “al final todos nos convertimos en Sombra y Polvo”, que sólo la gloria que alcanzamos en vida nos depara algún leve halo de trascendencia a través de los tiempos. Esa frase quedó rebotando en mi mente por años y un día, se fue encadenando con otros lineamientos para tomar forma definitiva.
   El tema del relato (específicamente “terror religioso” por llamarlo de alguna manera) está inspirado por tres marcas personales: una prolongada formación educativa católica; una enorme admiración por la atmósfera sacro-prohibida de “El nombre de la rosa”, de Humberto Eco; y un gran interés de mi padre (aunque a mí particularmente no me genera tanto fanatismo) por este tipo de relato que mezcla las cuestiones religiosas con el terror de lo sagrado, lo que está tan cercano a Dios que sólo Él puede comprender y por lo tanto, nos está vedado. Esa idea de que la erudición, la búsqueda constante de respuestas (entre en conflicto o no con la fe), nos lleve directamente a un trágico final, siempre me ha generado gran curiosidad.
   Decidí que nadie estaría más en conflicto que alguien a cuyo cuidado y resguardo estuvieran justamente las herramientas para descifrar y prever lo que depara el futuro (un fraile, teólogo estudioso, un “hombre de Dios”), aquello que tantas veces se nos ha inculcado que llegará inevitablemente: el fin de los tiempos. Y al descubrirlo, tener la impotencia de ser el único que lo sepa, sin nadie con quien compartir ese descubrimiento y a la vez esa gran condena para todo el mundo. Ser el gran portador de una terrible noticia, el “cuervo de la tempestad”. Y que en esa soledad, la única compañía que encontremos sea la de nuestros propios miedos. O lo que es, a mi entender, aún peor: la nada misma. Y a eso se enfrenta en última instancia el protagonista: a sus temores, a su locura, y a la verdad revelada.  Que no por anhelada termina siendo satisfactoria…
   Este relato se escribió en mi lugar de trabajo por la efervescencia en mi interior producida por el hecho de que se estaban empezando a publicar mis primeros relatos, de que estaba obteniendo distinciones, y que eso me motivaba a seguir escribiendo (aunque nunca fueran, son, ni serán, los premios, sino porque ellos son lo que me permite trascender y ser leído por más gente, verdadero fin de todo esto). Fue difícil concentrarse, pero la idea estaba clara y hacia allí fui. La otra complicación fue que al momento de enviarlo al certamen (en el que finalmente el relato fue premiado) era demasiado extenso y debí hacer lo que todo escritor odia: acortarlo, achicarlo… mutilarlo. Terrible acto, deleznable bajeza, y (muy oportunamente) extremo sacrilegio. Aunque fue un excelente ejercicio literario (siempre se aprende algo, es verdad) para que el cuento tuviera el mismo impacto, aún con menos recorrido, sin perder lucidez y sin resentir el relato. Creo que tan mal no salió. Aunque uno como escritor prefiere dejar la última palabra en la mente de quien siempre es el que tiene la verdad absoluta: el lector. Decidan pues Uds. cuál es el sentido del final, y que tan bien funcionó la apuesta de haber acortado este relato. Mi tarea en este caso, como la del fraile, ya ha concluido.-

SOMBRA Y POLVO


  
   Al culminar el último trazo de escritura sobre la amarillenta hoja, el viejo fraile levantó bruscamente la vista. El silencio de la biblioteca inundaba su ser y su alma con la más perfecta calma que podía imaginarse. Sin embargo, estaba perturbado.
   Una naciente inquietud había despertado en las profundidades de su apesadumbrada conciencia, y había convertido al férreo hombre de fe en una acobardada criatura de manos temblorosas.
   Sabía que lo que acababa de escribir, aquellos últimos garabatos caligrafiados sobre el áspero papel, habían sentenciado para siempre cualquier idea de tranquilidad que pudiera esbozarse en su existencia. La oculta verdad que había perseguido implacablemente durante toda su vida, se presentaba ahora frente a sus ojos con la faz más horripilante que un hombre puede llegar a contemplar:
   “…y al final, sólo quedarán sombra y polvo.”
   Cerró con violencia el viejo libro de tapas duras y desgastadas, y un denso soplo de polvo salió expelido del mismo. Giró la cabeza a un costado, confundido y azorado por la crudeza de sus descubrimientos, cuando volvió a levantar la vista sobresaltado.
   Algo había roto la milenaria costumbre del silencio sepulcral e inmutable que reinaba en ese santuario. Algo había lanzado un ahogado grito que hubiera aterrorizado al más ferviente hombre de Dios. Algo, finalmente, había decidido acabar con su tarea…
   Temblorosamente, con el rostro empapado por un sudor frío y nervioso, un sudor que sólo el espanto puede producir, se puso de pie tomando con firmeza el libro entre sus manos, y con paso presuroso se dirigió a la salida de la biblioteca. 
   Allí, al mirar por una de las ventanas, tomó conciencia de que no era de noche. El día aún no llegaba a su ocaso, pero el cielo se encontraba tan encapotado que las tinieblas cubrían la tierra de manera sobrenatural. Podía ver a través del sucio cristal cómo la siniestra ventisca levantaba una monstruosa cortina de polvo entre los riscos.
   Hasta que volvió a escuchar un sepulcral grito proveniente de las fauces de un ser maligno, maldito, espectral.
   Al oírlo, huyó despavorido hacia las escaleras.
   Las encontró absolutamente en penumbras y con su mano desnuda tomó una de las velas que aún permanecían encendidas en la base de las mismas. Con gran esfuerzo, el viejo religioso empezó a trepar por las escarpadas escalinatas de piedra que ascendían en forma de caracol hacia la torre mayor de la abadía, donde se encontraba el campanario.
   El monje pensaba que allí podría encontrar su salvación, podría hallar algún pequeño haz de luz que se escurriera entre las celosas nubes que cubrían el cielo.
   Trepó como pudo los últimos escalones, con la transpiración bañándole el rostro y la sucia toga desgarrada por los roces contra la rústica roca.
   Finalmente, el fraile logró llegar al rellano en el que se encontraba la enorme campana de bronce y comenzó a tirar de la cuerda que la hacía mover con las pocas fuerzas que le quedaban y una tras otra, las campanadas comenzaron a ganar fuerza.
   Pero en el momento de mayor fragor, en el instante en que el viejo monje creía tener cerca la salvación, volvió a escucharse el sonido de lo indecible. Un atronador aullido estalló a escasos pasos de donde se hallaba el anciano, proveniente de la escalera por la que él mismo había subido.
   Fue en ese momento, cuando el anciano pensó en la tarea de su vida, en aquél libro, en lo que representaba, en lo que contenía…
   Toda su existencia había dedico a investigar y traducir la oscura profecía que relataba la historia de un “Mal Naciente”, una Sombra que cubriría la faz de la Tierra, la venida de la bestial presencia que se abatiría sobre los hombres, trayendo la oscuridad y la ruina para siempre.
   Todo lo que él era y había hecho a lo largo de tantos años se encontraba en las páginas de aquél libro. Y ahora que la Sombra se había llevado uno a uno a sus compañeros, ahora venía por él.
   En ese instante, un soplo tremendo, incontrolable y desgarrador se lanzó desde las afueras del templo contra los ventanales del campanario, haciendo estallar los cristales en miles de pequeños fragmentos.
   El viento, impiadoso y cruel verdugo de aquél paraje, ingresó con toda su fuerza en el recinto, expulsando al fraile de su tarea, arrojándolo contra uno de los ventanales rotos y llenando el aire del lugar de un polvo oscuro y pestilente.
   El monje aferró con todas sus fuerzas el libro contra su pecho, y subió al marco del ventanal roto contra el cual lo había arrojado la ventisca. Con lo que quedaba de su ser, trató de estirar su brazo izquierdo sin desprender el derecho del libro, buscando ese rayo de sol, esa luz en las tinieblas que lo salvara.
   Pero justo en ese instante, el viento sopló con mayor furia y siniestra intensidad que nunca, lanzando al anciano hacía el vacío, precipitándolo cientos y cientos de metros contra las rocas que descansaban en la base del risco.
   Y allí, junto al cuerpo destrozado del anciano fraile, el libro de oscuras tapas se abrió de par en par, dejando al descubierto sus polvorientas hojas en las que solamente se repetía cientos y cientos de veces, en trazos manuscritos de tinta negra, la frase:
   …y al final, solo quedarán sombra y polvo”.

Alejandro Lamela