CURIOSIDADES: EL CRATER EN LA LUNA




   “El cráter en la luna” tiene dos motores motivacionales. El primero es la obra de J.P. Lovecraft, que por esas cosas de la vida llegó algo tardíamente a mí: su terror sobrenatural, sus seres ancestrales ocultos en las entrañas de la tierra, sus monstruos de otra era que siempre terminan encarnando los temores más profundos de protagonistas algo simples y desafortunados.
   El otro motivador fue un tema de “Soda Stereo”, “(En) el Séptimo día”, por una mera frase que apenas se parece al título del cuento, pero que abrió las fauces de la creatividad como disparador de una idea que tenía mucho más para contar: “El abismo y la luna” (que yo cantaba como “El abismo EN la luna”, errores que generan oportunidades). Me parecía genial la idea de un abismo en la luna, algo oculto dentro de algo que se conoce pero que a la vez es intrigante, que tiene un influjo mágico y esotérico desde tiempos inmemoriales.
   ¿Qué podía haber en un abismo en la luna? Ahí apareció Lovecraft y dijo lo obvio: monstruos! De ahí en más el cuento se disparó. Surgió el cambió de “abismo” por “cráter”, ya que un abismo podía ser visible con telescopios y sondas, pero un cráter producto del choque reciente de un meteorito, podía demostrar cosas ocultas, un mundo ajeno al nuestro, pero vecino, cercano… y siempre observante. Al acecho.
   Pensé un poco en la atmosfera creativa de Frankenstein, sólo que en vez de un laboratorio, debía proyectarse en un observatorio: tomé alguna idea de otras películas, pero también de mi experiencia visitando el Observatorio de Pampa El Leoncito, en San Juan. Justamente, fue al pensar en San Juan y en su “Valle de la Luna” cuando dije “Ok, esto tiene sentido!”. Porque aunque uno cuente un relato fantástico, debe tener algún sentido interno que le de coherencia y haga que el relato fluya dentro de lo que, aunque improbable, posible.
   Las criaturas debían ser algo especial. La suficiente dosis de extrañeza como para que uno se asomara a verlas, el suficiente terror como para que al final del cuento nos diera miedo, ese juego de que si te veo a través de una lente me siento seguro y atraído, pero si te tengo a mi lado… ahí ya no es divertido, ahí es espeluznante. Las imagine hechas de roca y polvo lunar, algo así como “La Mole” de los 4 Fantásticos, pero más misteriosas y crudas.
   No hay un gran desarrollo del protagonista, de hecho no quería que así lo fuera, necesitaba que ese sujeto tuviera su personalidad, su pasado que explicara su soledad, sus fracasos que dieran lugar a su pasión por la inmortalidad, pero a la vez que fuera todos nosotros, hurgando en lo desconocido, descubriendo, maravillándose y a la vez aterrándose y queriendo huir cuando el descubrimiento se le va de las manos. “La curiosidad mató al gato”, se dice.
   Tuve un momento de pausa y reflexión sobre cómo traer ese terror de la vida inteligente en la Luna a la Tierra, me parecía que el sólo hecho de que las criaturas detectaran que las estaban espiando, que tuvieran ese enorme poder, no era suficiente terror para dejar el cuento terminado ahí. Fue entonces que volví a pensar en “El Valle de la Luna” (Ischigualasto, para ser precisos) y dije: si hay un lugar en la Tierra que se parece a la Luna, entonces bien puede ser que aquí también haya de esas criaturas, y que estás si pueden percibir que las observan, también puedan comunicarse de alguna forma (telepática por caso) con sus vecinos.
   También debí hacer una pequeña investigación sobre los lugares de la Luna que podían albergar la acción (la astronomía y la geología no son mi fuerte ni mucho menos), porque aún lo más delirante del terror necesita tener un anclaje real, como ya he explicado.
   El final debía ser crudo, explícito, devastador. Ellos tenían que proteger su existencia de una especie tan destructiva como el Hombre. Ellos debían ser en ese momento, destructores de evidencias. Y lo hicieron. No tuvieron piedad con el protagonista, que sin culpa alguna más que la de ser curioso, tuvo que pagar el precio máximo por cargar en sus hombros toda la malicia de una especie como la humana, que destruye y disecciona lo nuevo, lo extraño, lo ajeno.
   Este cuento tuvo el privilegio de ser seleccionado en un certamen de España y además, contar con el mérito de que un artista le dedicara un dibujo inspirado en su trama. Quizás no sea una maravilla pero ilustra la idea, ese temor oculto, esa otra vida que está allí en las estrellas acechando. Tal y como siempre nos hacía temer Lovecraft.
ALEJANDRO LAMELA.-