CURIOSIDADES: ORÁCULO

Oráculo no es un cuento. No es un cuento. No. Oráculo ni siquiera se llamó así cuando lo escribí. Fue hace muchos años, segundo semestre del 2000, y en verdad fue un trabajo para la Universidad, de una materia que se llamaba “Taller de escritura”. Sinceramente no recuerdo las pautas del mismo, pero seguramente era algo muy libre y en primera persona.
   Tengo una cuestión personal actual relacionada con cierto sentimiento vergonzoso con respecto a este escrito, por lo pretencioso, pedante, egocentrista, y hasta delirante que es. Pero entiendo las condiciones en las que fue escrito, y es parte de mí, debo reconocerlo.
  Yo había terminado hacía muy poco tiempo el último de los libros de Valerio Massimo Manfredi, “Alexandros”, sobre la vida de Alejandro Magno, y obviamente estaba terriblemente empapado en toda la magnificencia de la vida del genial Macedonio, más esa cuestión tan mía de “ficcionalizar la realidad”, (de ficcionalizar “mi” realidad), que claramente llevaba a mi vida cotidiana cada pequeño aspecto que podía sobre lo que había leído en esos grandes libros.
   En parte me da vergüenza reconocerlo, en parte tengo que rendir tributo, ya que esa “ficcionalización” fue en buena medida la que me permitió hacerme lo suficientemente fuerte, mental y anímicamente, como para sobrellevar el duro período que fue la época de estudios universitarios.
   Yo era Alejandro Magno. Es así de simple; yo aspiraba a serlo, con las diferencias y salvedades lógicas, pero en realidad toda mi motivación estaba dada por él, sus logros, su vida, su obra. Y esa empresa tan pero tan compleja y desgastante, que era la búsqueda de graduarme, bien se pudo comparar en mi mente con la conquista del Imperio Persa. Así me hice fuerte, así tomé prestada la fuerza de alguien más, así me inspiré. Y cada examen fue una batalla. Y cada materia una guerra. Y cada profesor un general enemigo al que derrotar. Y hubo pocos pero valiosísimos aliados (familia, amigos, etc.) y hubo terribles heridas físicas (casi todas generadas por el stress y mi sobre-exigencia), y hubo pérdidas (siendo Sabrina, mi primera novia, la más dolorosa de todas).
   En un contexto tan de guerra total, fue que escribí este relato. Y quedó dando vueltas en carpetas viejas de una materia que aprobé sin grandes complicaciones, aunque con bastante esfuerzo. Con el tiempo, y ya con la carrera terminada, e increíblemente cuestionándome toda esa ingeniería de gran guerrero conquistador que había logrado sus objetivos pero a un costo terrible (54 exámenes, entre parciales y finales a lo largo de la carrera, todos aprobados, pero con un tendal de momentos de tensión, discusiones, llantos, desesperación, sufrimiento y cansancio), fue que retomé su lectura y decidí incorporar el texto como uno de mis escritos en mi nueva etapa de tarea literaria.
   Pero siempre lo supe: no es un cuento. Si bien tiene un final así medio de shock, no tiene la estructura ni el relato, pero sobre todo tiene una pedantería y grandilocuencia casi de deidad que me avergüenza de sólo pensarlo.
   Entonces ¿por qué le di la chance de ser publicado? Básicamente porque sentí que era una parte de mí, de mi vida, de mi historia, y era un acto de sinceramiento, de justicia hacerme cargo de la misma.  
   Así le di el actual título, a manera de mea culpa y de darle un sentido algo más coherente a semejante declaración de principios, algo más literal. Y la cita, fue la manera de hacerme cargo de aquello, desde una visión pasada en el tiempo, más madura quizás, menos pretenciosa tal vez, más humana sin dudas.
   Es así que Oráculo tomó su forma actual. Y si bien lo presenté a uno o dos certámenes, sin suerte, cuando quedó un pequeño espacio para publicar cuentos en la antología de Mis Escritos que logré por el 2º Premio de “El Guardián”, sentí que era el momento de darle su oportunidad.

   Puede ser que no resista mucho una crítica literaria. Que desde lo que dice se me tilde de muchas cosas desagradables. Pero es como lo que cada uno es: algo complejo, y que sólo puede ser comprendido si se entiende el contexto externo e interno en el que fue creado. Y considero que toda obra de todo artista es así. Pero hacer tal afirmación quizás suene demasiado pretencioso también, y volveríamos a empezar con la justificación. Por si las dudas, repito: Oráculo no es un cuento…

ORÁCULO




   Megalomania: estado psicopatológico caracterizado por 
los delirios de grandeza, poder, riqueza u omnipotencia
   
   Soy yo, ése que está ahí. El centro de la atención, de las miradas, de la admiración general. Soy la fiel imagen de lo que aspiraba de joven; el mundo que tenía por delante ya quedó atrás. Ahora estoy en la cima de la montaña, lo máximo, lo insuperable. La gente me ve en un pedestal, envuelto en un aura de sabiduría, de heroísmo. Podría decirse que represento una divinidad para ellos, que dejé mi cuerpo mortal para encarnar uno más perfecto, más abstracto, más inalcanzable.
   Soy yo, no lo puedo negar; me reconozco por tener los mismos valores que se me habían inculcado en mi juventud, los mismos que decidí adoptar de por vida para no abandonarlos jamás, sin importar lo que sucediera.
   Soy yo, porque puedo ver el progreso de mis ideas que tantas veces fueron tildadas de ilusorias o utópicas y hoy en día son producto de la más agradecida de las admiraciones; ideas que han ayudado a personas que ni siquiera he tenido el agrado de conocer, pero que aprecian lo que les he dado, cuando simplemente los ayudé a realizar lo que ellos hubieran podido hacer por sí mismos, si se les daba la oportunidad.
   Soy yo, he llegado más lejos que nadie, más que Napoleón, más que César, incluso más que Alejandro, todos ellos modelos, mentores e inspiradores de mis acciones, y verdaderos merecedores de los halagos que hoy se me otorgan; me siento el mayor irrespetuoso de todos los mortales por siquiera ubicarme a la misma altura que ellos en una oración.
   Soy yo, el que no despierta ni la envidia ni el desagrado de nadie al buscar ir más allá, a lo desconocido, lo inexplorado, lo nunca visto; el que no recoge odios por reconocerse diferente a los demás, porque los demás reconocen que no me siento superior a ellos; saben que no hay una sola gota de vanidad ni de egocentrismo en miss venas, al contrario, por ellas corre un torrente indomable y ardiente de fuerza y vigor, pero cargado al mismo tiempo de humildad, sinceridad y respeto.
   Soy yo, porque puedo comprobar que ese torrente incapaz de reconocer los límites, pese a su naturaleza salvaje no me ha consumido y derrotado, mayor de mis temores juveniles. He logrado canalizar su fuerza imparable y conseguí armonizarla con el resto de mi ser y el de las personas que me rodean, las cuales me han seguido sin claudicar ni objetar decisión alguna que haya tomado: a ellos también les debo todo lo que poseo y nada de lo que haga será suficiente para demostrarles mi agradecimiento.
   Soy yo, que no he dejado que lo material, lo carnal o el poder corrompieran esa infantil e inocente necesidad de hacer el bien, verdadero sentido de nuestro paso por este cuerpo.
   Soy yo, el que recompensó al justo y castigó al culpable.
   Soy yo, el que amó y se dejó amar.
   Soy yo, el que cometió errores pero intentó repararlos.
   Soy yo, el que eligió el camino largo pero correcto, antes que el fácil y errado.
   Soy yo, el que no quiere la inmortalidad, sólo el recuerdo franco y ameno de la gente.
   Soy yo, el poderoso y frágil; el indomable y justo; el atormentado y tranquilo; el estratega y sincero; el portavoz y silencioso; el ángel y demonio; el que empezó sin nada, y lo logró todo...
   Soy yo, el que ve semejante futuro en el reflejo de mis inquietas pupilas en la pantalla de la computadora.


                                                                          ALEJANDRO LAMELA.-