PROLOGO

 "Pasajero en trance"

El mundo es como un libro abierto,
quien no viaja sólo ha leído la primera página.
Filippo Pananti, poeta italiano

   Somos bichos de ciudad. No podemos negarlo. En nuestro hábitat, nuestro ambiente, nuestra lucha diaria. Y todo lo que nos rodea toma la forma que nosotros le damos. La jungla de cemento. Debemos sumergirnos en ella, debemos transitar por ella, debemos huir de ella. Pero allí está: tan odiada y necesaria como el peor de los males. Nos abraza, nos asfixia, atenta contra nosotros; pero, aún así, la amamos. La recorremos en una rutina masoquista de impaciencia, desenfreno y locura. Vamos y venimos. Y en ocasiones ni nos damos cuenta de lo que hacemos mientras viajamos, de los que nos rodean, de porqué el camino siempre está allí y nosotros nos lanzamos a él como luciérnagas a las llamas.
   Hasta que no se invente (o perfeccione, dirán algunos vanguardistas utópicos amantes de los comics) la teletransportación, todos deberemos seguir pasando por circunstancias que atenten contra nuestra salud física, mental, anímica y espiritual. Deberemos seguir danzando en la delgada línea que separa nuestra buena educación y sentido común, de las bárbaras formas del insulto, la intolerancia y la falta de respeto al prójimo (algo tan terrible como humano, y por lo que todos en algún momento hemos transitado).
   Hay toda una serie de pintorescos personajes que desfilan ante nuestros ojos en el día a día (el colectivero, el tachero, el punga, el policía, el chancho, etc.), cargados de una fuerte connotación negativa de nuestra parte, cuando en verdad ellos mismos son también, en algún momento, eventuales viajeros. Preferimos verlos como enemigos, como seres de fábulas nórdicas o simplemente como entes carentes de vida propia. Pero ellos están ahí siempre, poblando y decorando la geografía de nuestra travesía habitual. Y merecen ser descriptos, valorizados y, por qué no, ajusticiados.
   Este libro jamás podría haberse escrito sin la inspiración de haber leído hace tiempo a Roberto Arlt y sus Aguafuertes Porteñas. Esa mezcla de relato cotidiano, picaresco, de cuento, de fábula[.2] , de monólogo (y hasta si se quiere de precursor del stand up) generó en mí una vía de comunicación amena y detallada, un redescubrimiento de la realidad cotidiana que tantas veces aburre, y que a través de este recurso escrito puede tomar ribetes novedosos, cómicos, ácidos, autocríticos e hilarantes. Al leer las aguafuertes de Arlt, uno nota que se puede escribir sobre lo que sea, siendo profundo y original; que el mundo está lleno de pequeñas historias que bien vale la pena ser contadas.
    Puede que los viajes se sufran, pero aún así hay gente que encuentra maneras de hacerlo más llevadero, de encontrarle su parte humorística, risueña, cínica, o hasta grotesca. Hacia allí apunta este libro; porque siempre hay una manera más positiva de ver el mundo que nos rodea. Y porque “mal de muchos, consuelo de tontos”, es un dicho que bien nos puede servir de puntapié inicial.
   Como dijera el genial Miguel de Cervantes Saavedra, “No hay ningún viaje malo, excepto el que conduce a la horca”. Tomémonos pues del pasamanos, del volante, del manubrio, de la butaca reclinable o de la rodilla del compañero de asiento, y simplemente liberemos a nuestra mente de las ataduras de su negatividad viajera. Dejémonos ser pasajeros entrando en trance[.3] .