EL CAZADOR Y LA BESTIA



“Que el Hombre mande a las bestias salvajes, que
someta a la tierra, y a cuanto animal viva en ella...”(Génesis 1, 26)

   Finalmente, la encontró. Luego de una búsqueda paciente, cuidadosa y esforzada, dio con ella. Una circunstancia propicia para saldar cuentas, para quedar en paz consigo mismo, con su raza, con el pasado. Una preciada y única ocasión de dar rienda suelta a sus instintos primitivos, a la venganza y la desolación.
   La bestia ha de morir.
   Escondido entre la tupida maleza de la jungla, la observa en el más profundo de los silencios. Ese silencio tan vital para cumplir su cometido; si la bestia notara su presencia antes de atacarla, todo estaría perdido.
   La bestia es muy inteligente. Y muy maligna. Las dos características que definen a su especie. Una especie maldita, sin dudas.
   Por suerte, está sola. Luego de muchas jornadas acechándola, siguiéndola a ella y a los suyos, finalmente logró cercarla sin que lo notara. Ahora está frente a él, sola y desconociendo que la observan, que la siguen, que claman por su deuda de sangre.
   Al observarla con detenimiento, no puede evitar pensar, sólo por un segundo, lo frágil y desprotegida que se la ve. Lejos de los otros de su misma clase, casi pareciera inofensiva. Pero de inmediato toma conciencia de la crueldad y el salvajismo que moran dentro de aquellas criaturas.
   Quizás ése sea su verdadero poder: saber ocultar su maldad.
   Y él, desde muy pequeño aprendió de sus mayores a respetar y temer a esos seres tan engañosamente apacibles en su apariencia, pero tan peligrosos como imprevisibles en sus acciones.
   Aún así, siente cierto remordimiento por el ápice de lástima que esa criatura despierta en su interior. Pero su propia reputación avala los hechos que está por cometer. Él también ha tomado vidas en el pasado, siempre por otros motivos, pero eso no debió importarle de mucho a sus víctimas.
   ¿Acaso a él mismo no se lo considera un cazador entre cazadores?. Sí, seguro que lo es. Pero aquella bestia que tiene ante sus ojos también lo es. De alguna manera, lo es...
   Debe prepararse, en cualquier momento su presa se pondrá en movimiento, y en el preciso momento en que le dé la espalda, él podrá abalanzarse sobre ella, y sin dudas todo habrá acabado. Es una virtud ser paciente segundos antes de liberar a los propios demonios, por tanto tiempo postergados, adormecidos, alimentados...
   Es extraño. Después de tantas jornadas marchando en su búsqueda, siguiendo sus huellas, contemplándola en la oscuridad, aprendiendo sus costumbres, admirando a su especie, analizando debilidades y fortalezas, casi siente una confusa familiaridad. Como si después de todo no hubiera tanta diferencia entre ellos y los suyos.
   Pero no. Ésa debe ser la razón por la que tantos otros han fallado en su cometido de poner fin al terror que esa bestia y los de su clase producen dondequiera que lleguen. El fatal error de creer que actúan como cualquier otro depredador, buscando la subsistencia, guiados por instintos comunes.
   Con ella y los suyos es diferente. Su único instinto, es la muerte.
   Hay mucho silencio en la jungla. Pareciera que todos los seres del paraje están aguardando expectantes e imparciales el duelo que se avecina. Deberá ser aún más sigiloso. Y certero.
   Se la ve inquieta, removiéndose en el lugar donde está echada. De un momento a otro se levantará para seguir con su camino, y ésa será la señal que él está esperando.
   No evita preguntarse si aquellos de los suyos a los que ella abandonara hace poco tiempo serían de su misma familia. Es difícil saberlo: para él todos los de su especie se ven casi iguales. Aún así, él tiene más recursos para cazar que sus simple ojos. Gracias al Creador por ello. Y de todas formas, ésta criatura en particular es diferente. Ésta tiene una deuda de sangre con él.
   Hace tiempo, esta bestia en particular era la que encabezaba el grupo que se llevó a uno de sus hermanos para siempre. Quién sabe los horrores que habrá sufrido el pobre desdichado. Ese día, él conoció el significado del miedo. Y decidió que llegado el momento, él mismo le pondría fin.
   Pero la criatura se está levantando, y eso es lo que tanto esperaba. Hoy, ahora, ante aquella jungla que los observa, todo terminará. La ocasión es propicia y debe aprovecharla. Si no pone fin a la maldad de esa bestia, vendrá con otros de su especie, volverá a ser un implacable enemigo, y sin dudas acabará con él y con el resto de los suyos.
   La criatura se levanta dándole la espalda.
   Su suerte está echada.
   Sale de un salto desde su escondite, liberando toda la furia contenida en su interior, dirigiéndola contra el ser tan temido. La bestia apenas logra dar vuelta su cabeza para saber qué es lo que la ataca. Y al saberse sola, instintivamente se larga a correr.
   Huye con miedo, huye sin dirección, sin destino.  La ironía suprema de sentirse cazada. Justo ella, la devoradora de vidas.
   Corre. Es rápida, pero no tanto. Él lo es aún más. Y nadie conoce tanto su propio territorio.
   Esta cerca, la venganza. Sólo debe estirarse, sólo debe lanzarse sobre ella.
   Y lo hace.
   Un terrible rugido sacude la jungla, y acaba al momento en que cae sobre su presa.
   Una ciega cólera lo envuelve. Ahora sólo es tiempo de satisfacer los más primitivos instintos.
   En el oscuro trance del salvaje ataque, siente el triunfante eco de su especie, mientras hunde sus garras en la débil piel de esos brazos que oscilan en un inútil intento de defensa. Lo siente cuando clava las zarpas de sus poderosa patas en el cuerpo de quien tantas otras especies subyugara. Lo siente al despedazar frenéticamente con sus colmillos a la bestia que sólo logra proferir desesperados alaridos en una sorda búsqueda de ayuda que nunca llegará.
   Hasta que desgarra su garganta con sus fauces, y nota la sangre de la moribunda criatura manchándole la prominente melena, inundando su hocico, desbordándose por sus mandíbulas.
   Cuando nota que su presa ya no ofrece resistencia, lanza un nuevo rugido al aire; uno que le recuerda a esa jungla expectante quién fuera alguna vez el rey entre los cazadores, quién lo fuese hasta que la bestia llegara.
   Y mientras lo hace, no puede evitar sentir a su instinto clamando desde el interior, gimiéndole, brindándole un conocimiento que no tuviera hasta ese momento, en el que finalmente ha derrotado a la maldita bestia.
   Tiene buen gusto la carne humana. Sabe a venganza...
   ALEJANDRO LAMELA.-

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