CURIOSIDADES: EL GUARDIÁN


   Nunca deja de sorprenderme el hecho de que para mí (como para tantísimos otros escritores, músicos, compositores y artistas en general), la mayor fluidez creativa viene cuando uno no está apuntando totalmente sus cañones a eso que está haciendo. Es verdad que uno siempre debe sentarse a escribir con coherencia y conciencia de lo que hace, pero también es verdad que muchas veces uno tiene la cabeza en otro lado, o simplemente tiene una historia por contar que (cree) es más importante que aquella que en ese momento está haciendo. Me sucedió con La Luz. Y me pasó también con El Guardián. Venía de escribir un cuento muy existencialista (No hay Dios), y se fue generando en el proceso anterior a la escritura del mismo, una idea más simple que también fue rondando lo otro. Ambos tienen la coincidencia de que están relatados en primera persona, y no se sabe quién desarrolla la acción hasta el párrafo final, o la línea final, incluso la palabra final. Siento, al releerlo, una conexión con otro relato “bélico”: Juan y la Guerra. Que es una crítica a lo despreciable de todas las luchas; y a la vez, un rescate de la nobleza que genera, justamente, pelear por defender lo que uno ama, aunque otros intereses lo ensucien o enturbien.
   Es divertido relatar algo y no saber quién lo hace. Muchos dirán que es la voz del escritor, camuflada en un personaje. Es posible, y hasta muy probable. Pero yo creo que es algo más profundo. Desde un lado psicoanalítico podríamos decir que es el inconsciente. Desde un lado más “literario”, creo que son los demonios que uno lleva dentro, y afloran al poner en boca de otros aquello que nosotros mismos no nos animamos a decirnos frente del espejo.
   El Guardián es un cuento simple. Pero creo que lo subestimé: pensé, al idearlo, al escribirlo y al leerlo finalizado por primera vez, que era mucho más simple de lo que realmente es. Es que tiene recovecos, rincones, pasadizos, ramificaciones subterráneas, pensamientos aleatorios. Y una fuerte carga de soledad. El héroe, único bastión frente a la destrucción total, que aún cuestionándose su tarea, la cumple. ¿Hay, acaso, mayor heroísmo? Siempre pienso en los héroes. Quizás siempre quise ser uno. Alguna vez me dijeron que lo era, y fue el mejor cumplido que alguien me haya dedicado. Pero también fue una crítica, y lo razoné tiempo después: el héroe está solo. Siempre. Es su condición de sacrificio máximo lo que lo hace diferente a los demás, por lo que se lo valora y aprecia. Aunque no siempre se lo valora y aprecia. El protagonista de este relato ve eso, tal vez por primera vez en su vida. Tiene dudas. Tiene cuestionamientos. Tiene puntos en común con el enemigo. Y aún así mantiene su lugar. Admirable. Encomiable. O tan sólo, tozudo.
   Hay una fuerte influencia en este cuento de los relatos heroicos de la antigüedad. El salvador contra todas las hordas enemigas. Hay cosas de samurái (y una participación vital de El Arte de la Guerra, regalado por mi padre y leído con atenta avidez), seguramente residuales en mi inconsciente de las películas japonesas o chinas vistas un sábado a la tarde, esas de las piruetas y las peleas de uno contra decenas, cientos, miles. Y hay también algo de Western, algo de sheriff en duelo contra todos los malos del oeste. Y hay amargura. Y hay incomprensión. Y hay ingratitud. Y hay recelo. Y hay autocrítica. Y hay pérdida de fe. Y hay sacrificio máximo. Es que se ve que después de todo, no era un relato tan simple como pensé en algún momento.

No hay comentarios:

Publicar un comentario