CURIOSIDADES: CARNE


   

   Desde hace muchos años (más de los que me gustaría, ya que significó en cierta medida, la pérdida de mi inocencia) tengo bien en claro que las peores tragedias provienen del ser humano en sí mismo. No importa qué cataclismo tema, qué mal lo aceche, qué temor encoja su corazón, siempre lo peor de lo peor se puede encontrar dentro de sí mismo. Y nadie es más lobo del hombre que el propio hombre (bien diría Hobbes). 
   Los zombis son divertidos. Generan una fascinación difícil de explicar. Muchísimas películas, libros, comics, etc. se han hecho sobre ellos, y muchísimos más vendrán. Pero yo creo haber descubierto el porqué resultan tan apasionantes para el fan ávido de terror: porque demuestran, de forma directa y palpable, esto mismo que estoy diciendo, que la maldad más profunda y aterradora es aquella que duerme y vegeta en el fondo de nuestro propio ser. Del ser humano y sus espeluznantes variedades.
   Es imposible negar la gran influencia que muchas obras han tenido en mí a la hora de sentarme a escribir este relato. Sin dudas podría citar a Resident Evil (films y videojuegos), Soy Leyenda (film y libro), The Walking Dead (serie y comic), y se verá en esta dualidad de fuentes que claramente es un tema largamente abordado, y también gustosamente consumido por mi parte. Tampoco debo dejar fuera a la que quizás fue la obra que más miedo me dio sobre zombis: El regreso de los muertos vivos. Fue tremendo ver pequeñas partes (porque de muy niño no me permitían ver películas de terror –lo bien que hacían mis padres, sabedores de mi gran imaginación-, y porque yo mismo me tenía que armar de valor para enfrentarla cuando la daban por televisión), y aún así palpar un tipo de terror grotesco, casi berreta y cómico (mucho tiempo después descubriría que se llamaba “gore”). Esa película, y las demás que le siguieron, generaron un cierto embrión de temor en mí hacia lo sobrenatural que puede haber dentro mismo de cada uno de nosotros.
   Seamos sinceros: los zombis, más allá de su necesidad de carne o cerebros humanos, son el fiel reflejo de la naturaleza autodestructiva desatada y sin frenos impuestos por la sociedad que el hombre tiene en sí, y que evita por todos los medios que salga a la superficie. Y aún así, siempre sale.
   Quise volcar eso en un relato. Un caos ya reinante, pero muy reciente. Un apocalipsis previsible, pero a la vez inevitable. Una verdad oculta, pero adivinada por todos. Y el desastre. Me encantan los momentos de total desastre, porque creo que allí es cuando la verdadera naturaleza humana se revela, y se ve quién es quién. Sin supercherías, sin adornos, sin idioteces. Vida o muerte. Lo mejor y lo peor de cada uno. Y la lucha. Contra el enemigo. Que suele ser uno mismo, o en su defecto, el prójimo. Y eso es lo que nos transforma a nosotros en monstruos.
   Cuesta reconocerlo, sé que es chocante, pero el origen de nuestra destrucción llegará a través de nuestra propia mano. Y no metamos a Dios en esto. Nosotros somos los que “devoramos” a nuestra propia especie (y lo que es peor, a todas las demás) y el castigo justo que nos espera, es la completa aniquilación por nuestros propios medios. Este relato no es un oráculo, ni una epifanía. Es sólo una visión de algo que puede suceder, tal vez no de esta manera tan fílmica, pero que puede (y de hecho creo que así será) pasar.
   El relato tiene algunos componentes clásicos: el hombre que aún sin tener culpa alguna, tiene que soportar el desastre. El ser bueno y de corazón amable, que termina hermanado con un desconocido frente al horror reinante que acecha allá afuera. Pero que sin saberlo, termina rindiéndose al horror que habita aquí dentro, en cada uno de nosotros. El odio nos matará a todos. Nuestro propio odio a nosotros mismos. Es terrible. Pero también es justo. Mi lamento es por las generaciones inocentes que tendrán que pagar por nuestros pecados, y sobre todo por los otros seres, plantas y animales, que realmente no tendrán culpa alguna y también serán alcanzados por el desastre.
   Es que el Hombre se lleva a todo puesto consigo. Incluyendo a otros Hombres. Incluyendo a sus propios miedos. Y lo primitivo que hay en él, ese instinto innato para la destrucción, al final de todo, revelará su verdadera cara: la de ser un instinto en verdad innato para la autodestrucción. Pero entonces ya nada importará. Sólo pensaremos en lo más básico: nuestro deseo de comer. De comernos entre nosotros. Nuestra propia carne.-
   Este relato tiene la particularidad de haber sido el primero en obtener un galardón en el exterior, puntualmente en Editorial Marlex de Barcelona, España. Y al parecer el debut fue a fondo: 1º premio. Una gran apertura a nuevas posibilidades, nuevos públicos y nuevas formas de edición (también es el primero en formato e-book, y el primer cuento cuya tapa es ilustrada de manera particular por la casa editorial). Un relato que desde el momento mismo de haberlo escrito, pensé que por su temática post-moderna sería considerado banal y oportunista. Pero se ve que hay algo más profundo de lo que el propio autor suele entender de sus propios textos. Festejo que así sea, y que la “criatura” tenga vida propia. 

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