CURIOSIDADES: ESPECÍMENES



   Todo el mundo, al menos el mundo que me conoce lo suficiente, sabe lo defensor que soy de los derechos de los animales, lo mucho que me molesta la indiferencia general hacia ese tema, y lo triste que me pone mi propia incapacidad de hacer cosas más importantes por ellos (como por ejemplo mi deseo, complejo de realizar por motivos de salud, de ser vegetariano).
   Especímenes es un cuento muy viejo… del año 2004 o 2005, ya no recuerdo. Y claramente tiene mucho de mi interés por los animales, en las formas parabólicas y retorcidas en las que suelo expresarme.
   Hubo un hecho fundamental y detonante de que me sentara a escribir este cuento, y fue la visita en familia junto con mis padres y mi hermana, en esa época aproximada, al parque Temaiken, en Escobar. No es que haya despertado en mí malos sentimientos, más bien todo lo contrario, ya que iba pensando en que sería una especie de zoológico (cosa que odio profundamente), y en realidad se parece más a una reserva (aunque desgraciadamente no llega a serlo).
   Recuerdo que mientras lo recorría, y pasaba por el área de los tigres, y por la de los murciélagos, se me fue generando una cosita interna, esa picazón tan rara que me indica que tengo que escribir algo. Y alguna idea fue surgiendo (el vidrio a través del cual miran los protagonistas, el ambiente recreado tipo reserva, la exposición de los carteles con datos sobre los especímenes expuestos, etc.)
   Pasado un breve tiempo, me senté a escribirlo y obviamente no quería ser tan lógico de hacer una especie de oda al naturalismo o un manifiesto “antihumanista” (cosa que de todas formas, no tendría problemas en hacer ya que me reconozco así, orgullosamente). Siempre está el recurso efectivo del cambio de lugares, de hacer que la gente crea que se está relatando a un sujeto, cuando en realidad se relata al otro (claro ejemplo de ello es otro de mis cuentos “El Cazador y la Bestia). Pero “Especímenes” fue uno de los primeros, y estuvo muy claro: qué mejor manera de demostrar lo injusto que es tener seres vivos en exposición, mentirosa, artificial, desgastante y deprimente, que justamente cambiar de lugares con esos desdichados seres, y poner al Hombre en su sitio.
   Seguramente, en alguna parte de mi inconsciente tan influenciado por la TV, el cine, y los libros, algo de “El Planeta de los Simios” (versión con Charlton Heston, obviamente), se me metió y realmente me dio gustó que así fuera. Siempre encontré algo especial en esa serie de películas cuando las veía con mis padres y mi tío Mario, esos sábados en nuestra casa. Era curioso, verlos con los roles invertidos, y de alguna manera… era justo.
   Sentí que las piezas encajaban, y lo fue escribiendo. Dediqué unos breves párrafos a ubicar la acción, y el diálogo tomó el protagonismo hasta el final. Hubo que tener mucho cuidado, de describir lo suficiente como para lograr la empatía necesaria con el lector (aunque este no supiera, o creyera erradamente saber, el verdadero sentido de la acción y la identidad de los protagonistas), pero de no pasarse y pisar la propia trampa tendida y arruinar el final (cosa común en escritores chatos y mediocres, oh Dios, espero no serlo!).
   Fue así que el relato fue saliendo, las descripciones tomando su lugar, la trama avanzando entre una acción cordial entre padre e hijo, y ciertas nociones científicas necesarias para entender que bien podemos ser nosotros los que estemos en observación para otros.
   Y el final. El final fue lo más claro del mundo. Humanos. Obvio. Los humanos eran los de adentro, los de la jaula, las bestias, el objeto de estudio, los especímenes. Muy claro.
   Tan claro como debería ser para todos nosotros que NADA NI NADIE (NI LA CIENCIA, NI DIOS) NOS DA EL DERECHO DE SOMETER A OTROS SERES.
   Abogo, y lo haré hasta el fin de mis días, con las herramientas de las que dispongo (y la escritura es una de ellas, muy poderosa, aunque lloro amargamente por la cínica elipsis de que para escribir a favor de la naturaleza se termine en muchos casos utilizando papel, en otras palabras, árboles… trato de no torturarme con ese fundamentalismo, pero es difícil), y espero llegar a otros, tocarlos en lo más profundo de su ser, y motivarlos a ser partícipes de una causa más grande que cualquier otra.
   Entiéndanlo todos. Cada vez que vayan a un zoológico, a una reserva, a un acuario, o a lo que sea que no se trate de la naturaleza en estado puro.
   La cita surgió mucho tiempo después cuando buscaba material para la publicación. Y este cuento además de la satisfacción del mensaje que da, me dio una muy grande, que fue la de haber logrado la primera distinción que fuera un 4º premio en “Mis Escritos”, mi primera medalla. Una buena motivación, más allá de tan vil soporte.

   Pero el verdadero premio, es sentir cada vez que lo leo, que al menos hice algo por defender aquello en lo que creo, con total y absoluta convicción. Dios nos proteja a todos, se apiade nosotros, nos cuide, y no nos haga sufrir, hermanos animales.- 

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