EL DUELO



   Tiene miedo, miralo. Ahí paradito, con el rabo bien metido entre las patas, la cara de idiota, el culo fruncido, la mano temblorosa. Ahí lo tenés nomás, al señorito, tan machito que parecía cuando hizo la agachada aquella... Y ahora tirita, tiembla, como oveja recién esquilada.
   Más bien parece vaca camino al matadero. Los ojos estúpidos, las patas inquietas, la nariz moqueando. Pero no, ¡es menos que una vaca!. Una vaca sabe desde que nace quién manda, para qué carajo vino al mundo, y lo acepta sin chistar. Pero estos mocosos de ahora, no. No tienen el coraje de la vaca que sabe desde el primer día que pisa esta tierra de Dios, que va a ir a parar al matadero. Lo sabe y se lo aguanta, porque ése es su lugar en el mundo.  Pero estos chinitos de mierda no tienen ni el manso coraje de la vaca.
   Son puercos, sí. Chillan toda su vida, y más chillan cuando uno los descuartiza. Viven revolcados en la inmundicia; comiendo mierda, que es lo que les gusta, engordando y sin servir para nada. Apestan con ese olor tan de ellos, esa peste que se les pega en el cuero y no se les va ni recién bañados, las pocas veces que se bañan en toda su vida. Así van, felices en su miseria, hasta que uno los mata. Y así y todo, hasta en ese momento siguen jodiendo, chillando, apestando...
   Sí, se parecen a los puercos.
   Me pregunto qué tan fuerte va a chillar éste cuando lo pase a degüello...
   Ya me lo decía el tata nomás, hace vaya Dios a saber cuántos años: “No hay un solo peón tan noble como cualquier animal de campo”.
   El tata era sabio, luchó como bestia contra estas bestias, pero tenía ayuda: antes podía uno hacer lo necesario para que no se le retobara la tribu. Uno estaqueado acá; otro azotado allá; y de vez en cuando alguno con otro ojo en el medio de la frente, hecho a tiro de rifle, para ver mejor a Lucifer cuando le toque la hora de encararlo.
   Pero ahora no. Ahora todos estos se creen que pueden morder la mano que les da de comer, y no recibir el bofetazo. Creen que pueden escupir el caldo sin que la cocinera se enoje. Ahora tienen aires de grandeza, por eso se mandan las agachadas que se mandan, como la que hizo en mi propia casa este hijo de mala madre que pienso despachar en un rato nomás.
   Eso sí, el muy malnacido me hizo rebajarme a esto, a batirme con él, como si de iguales se tratara la cosa. Iguales. Yo viniendo de una familia con más de cien años de historia en esta patria, y éste que no conoce ni a su madre. Ni hablar del padre, que estos nacen de la tierra, sucios como las papas.
   ¡Mirame ahora vos, tata! De frente y trabuco en mano con este indígena. Otros tiempos los tuyos tata. Pero ni me hablen de que los tiempos han cambiado...
   Con esa misma mierda me encaró el muy maldito, cuando lo descubrí profanando mi santo hogar. Como si con esa idea zonza metida en esa cabeza vacía, quién sabe por qué desvelado de estas tierras, me fuera a convencer después de lo que hizo.
   ¿Cómo me va a venir a mí con semejante ofensa? A mí, Anastacio Sánchez Prette, el que le dio de comer a esa panza que rugía de hambre; el que le dio una choza para que no durmiera en cueros con el culo al aire, a cielo abierto...
   ¿Cómo me viene a decir a mí que los tiempos cambiaron, que las cosas son diferentes, que ahora somos todos iguales, si todavía le veo cómo le cuelgan los mocos al muerto de hambre?.
   Que diga lo que quiera, no lo va a poder decir por mucho tiempo más. Porque hoy, acá, en el casco de la estancia de mi santo bisabuelo, Dios lo tenga en la gloria, acá no hay nuevos tiempos, ni igualdad, ni un carajo. Acá y ahora, en cuanto el juez cuente hasta tres, se aclara todo y para siempre.
   Acá hoy se le baja el copete a la indiada.
   Por eso están todos, para que vean quiénes escriben la historia y quienes no saben ni leerla. Por eso está mi mujer, mis tres hijos, las criadas, los peones, el juez, y hasta mi hijita Rosaura... pobrecita, sé que le va a ser duro de ver, pero tiene que entender cómo funciona el mundo, quién está arriba y quién abajo, quién puede y quién no...
   ¡No puedo terminar de pensar con la mala sangre que me hace agarrar el mugriento éste!
   Y ahí lo tenés, ni un perro roñoso está del lado de él. Y así es como va a morir: solo como un perro roñoso. Porque el gurí se equivocó con lo que hizo, violó la confianza sagrada que hay en esta casa, y encima se quiso justificar con “los tiempos están cambiando”.
   ¡Los tiempos no cambian una mierda!
   Y sin embargo, ahí lo tenés, empuñando uno de mis propios trabucos de duelo, con un juez diciéndole lo que tiene que hacer, midiéndole la distancia, por que ni eso sabe, ni contar...
   Estos no cambian. Y nosotros tampoco. Las cosas son como son, y bien lo quiso Dios así.
   Pero ya no me distraigo más pensando. Ahora sólo levanto el brazo y apunto.  Y él hace lo mismo.
   -“Uno!”.
   El único momento de igualdad que va a conocer...
   -“Dos!”.
   Espero que lo disfrute...
   -“Tres!”.
   Derechito salió el tiro. Le apunté a la altura del corazón, como para que se muera desangrado, y llegue a mirarme mientras se va al infierno. Le debo haber dado de lleno. Fue un buen tiro. Lástima que no lo vi por el sacudón ese que me dio. Raro, el trabuco no me suele tirar tanto para atrás.
   Lo curioso fue el silencio que se hizo después del tiro. Normalmente no se escucha nada, hasta que el juez pega el grito de acercarse. Pero esta vez, él también se quedó callado.
   Me gustaría ver a qué se debe, pero la verdad no lo encuentro con la mirada. Ni a él ni a los demás. Estoy medio mareado. Debe ser el paso del tiempo, uno ya no es el mismo...
   ¡Pero mirá vos, chinito de mierda, lo que te vengo a reconocer justo en este momento!
   Igual nunca te vas a enterar, ya debes estar tirado en el piso con un boquete de dedo y medio en pleno pecho; la bala salió a buena altura. Si tan sólo pudiera lograr que las piernas me hicieran caso y se movieran...
   Me resbalo.
   ¡Pucha carajo! Justo ahora me vienen a dar los achaques de la edad. Pero no le voy a dar el gusto al hijo de mala madre. Sólo va a ser cuestión de apoyar un poco las rodillas, y mirar bien adelante.
   Trato de ver al frente, donde cayó el mugroso, pero la vista se me nubla, algo alcanzo a ver, hay varios alrededor... le debo haber dado un buen tiro... los distingo: mis hijos de pie, el juez a un lado, los criados de lejos... aunque mi mujer está de rodillas junto a él, eso es raro, quizás se le haya dado por la misericordia justo hoy.
   ¡Qué manera de transpirar tata! Creo que esta fue la ultima batida que doy. Pero bien valió la pena para poner en su lugar a los morochos estos. Para enseñarle una lección de cómo terminan los que viven equivocando su lugar.
   Y también, para enseñarle a mis hijos cómo se debe tratar a esta gente cuando se retoban. Sobre todo a mi pobrecita Rosaura, tan inocente del mundo que la rodea; ojalá haya visto bien y le haya servido la lección que le diera su tata al desubicado ése.
   Aunque es raro no verla, debería estar junto a su madre, pero si ella está arrodillada en el suelo... y yo que no puedo controlar el temblor de las piernas y pararme de una vez... para verlo tirado al muy... al muy...
   ¡Cosa de mandinga, che! ¡No entiendo qué hace el muy ladino ahí de pie, sin un rasguño, mirándome con esa cara de desafío, apenas un paso atrás de mi mujer!
   No entiendo.
   Me mareo y todos me miran, pero nadie viene a mi lado. Se me afloja el cuerpo y escucho llanto, pero es el llanto de mi mujer.
   No entiendo.
   Se me van cerrando los ojos, y lo último que alcanzo a ver es a mi Rosaura, tirada en el piso, en brazos de mi mujer, y con un enorme manchón de sangre en el pecho... muerta.
   ¿Quizás sea verdad, entonces tata, que las cosas estén cambiando y que yo no las entienda, ni siquiera al momento de mi último suspiro?.

ALEJANDRO LAMELA.-

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